Llego a atlanta. Me bajo del avión. Tengo una hora cuarentaycinco para coger el siguiente, lo que según mi hermano listo, que de estas cosas sabe un rato de tanta ida y venida, me da un 70% de posibilidades de cogerlo. No problem. Nada de ponerse nervi que la jodemos, ya saben, vísteme despacio que tengo prisa. Una turba de señores simpáticos señalan el camino a seguir. Como las miguitas de pan de garbancito pero con manos y pies y gualqui talquis. Sigo a las miguitas de pan. Llego a un lugar con un señor de ceño fruncido. Saco el pasaporte antes de que me lo pida. Me lo pide. Se lo doy. ¿Y los otros papeles?. ¿What other papers?. Costums and taxes, sir. Esto de que me traten de sir mola, ya soy como becam. Le doy lo que rellené en el avión. Se ve que no tengo cara de genocida nazi porque me deja pasar. Sigo andando. Más miguitas de pan. Llego al sitio donde salen maletas. Sale mi maleta, joder, qué alegría qué alboroto, han conseguido emparejar maleta con dueño. Acojonante. Ando 7,3 metros y me dicen que deje mi maleta en otra cinta transportadora donde hay pila de gente dejando maletas. Perdone señora, ¿yo dejo aquí mi maleta y va a llegar a lexington?. Claro, caballero. Y sonríe. Es sonrisa de guasa. Bueno pues nada, me veo pasando la semana con los calzoncillos de la mochila. Qué se le va a hacer.
Sigo andando porque aquí no hay más que miguitas de pan cagaprisas. Llego a la parte difícil. Aduana. No hay ni dios, bueno sí, los de mi avión y como 853 puestos de policía. No quisiera exagerar. Chachi, parece que sí que voy a coger el otro vuelo porque este era el punto crítico. Espero unos cinco minutos. Me toca uno de los polis negros. El pibe en cuestión por el hecho de ser poli no deja de ser negro y por ello mismo habla, pues eso, como un negro. Como los de las pelis del ghetto, pues igual pero sin las cadenas, sin rapear y con traje de poli. Y claro, no entiendo una mierda de lo que me dice. Como si un guiri con su fino español de la alta burguesía castellana llega a barajas y el guripa de turno le suelta un “qué paza quillo”. Pues lo mismo. Repito “sorry” y “excuse me” unas tres veces por pregunta. El tío me mira mal. Coño, muchacho, qué quiere que le haga, a mí me enseñaron el inglés de dublín no el del bronx. Que a qué vengo. A un congreso. De qué. Sobre el estudio del escarabajo pelotero en la estepa rusa. Dónde. Lexington. Dónde en lexington. En un hotel guay. Hasta cuándo. Hasta el jueves. Todo esto con una cara que realmente temo que me meta la mano por la boca y me saque el hígado por el pie. Después de eso ya sólo me falta cantar el himno americano, besar la bandera, renunciar a satanás y el cacheo rectal. Por suerte me libro de lo de renunciar a satanás. Me dice “get out of my sight”. Eso ya sí que me acojona de verdad. Me largo cagando leches.
Me queda poco más de una hora para el otro avión. Correcto. Llego a un detector de equipajes y de humanoides. Meto la mochila al detector. Avanza. Se para. Retrocede. La tipa me pregunta que si llevo un ordenador. Pues sí. Que lo saque. Lo saco. Lo paso por separado. Voy a pasar el detector de humanoides pero un individuo también negro de dos metros y mínimo 140 kilos (y no exagero ni un pelo) se me pone delante y me dice con su voz de barry white, “Where d’ ya think ya’r goin’?”. A este ya le entiendo mejor. Aunque es más grande acojona menos que el otro porque trae cara de cachondeo. Le digo que “im trying to get into your country, but im starting to think i wont make it”. El menda ya no intenta disimular la sonrisa porque los que están con mi mochila se echan a reír. El tío descomunal me dice que además de vaciarme los bolsillos, quitarme el reloj y el cinturón, me quite la chaqueta y las playeras. Le miro con media sonrisa. “Are you sure you want me to take off my shoes?”. “Yes boy, im pretty sure”. “All right, but this wont be considered a chemical attack, will it?”. La verdad es que el tío con toda su humanidad es un cachondo, porque me mira muy fíjamente a los ojos intentando ponerse serio sin conseguirlo, y se coloca muy lentamente unos guantes de látex. Empiezo a pensar que nunca sé cuándo estar calladito. El tío debe ver mi careto de espanto, se despolla, coge mis playeras al otro lado de la cinta, me las da con mucho mimo, se quita los guantes y los tira a la basura. Todos los compañeros se mean de la risa. La verdad es que yo también. Me visto. Sigo andando. Llego a la puerta de mi vuelo sin que nadie más me pida el pasaporte. Me siento mal. No por nada en particular, pero el caso es que cuando pasan más de cinco minutos sin que me pidan el pasaporte empiezo a pensar que algo va mal. El vuelo se retrasa veinte minutos. No big deal. Cojo el vuelo. No sé qué distancia hay de atlanta a lexington pero estoy casi convencido de que acaba en 69. Llego a lexington. Mi maleta también.
Bueno, pues eso es todo, bien está lo que bien acaba. La vuelta fue un despiporre mayor si cabe, incluyendo pérdidas de aviones, escalas en venecia, maletas en paraderos desconocidos y señoras como toneles leyendo biblias y golpeándose sus monumentales glándulas mamarias. Pero eso ya es harina de otro costal.