viernes, noviembre 13, 2015

Me cago, en verso

En su día ya dije lo que me gustaba. Va ahora lo que me toca los cojones.

Vivir porque me dan permiso
los besos por compromiso
las lágrimas del cocodrilo
y las quejas del sumiso.

Los diestros que clavan banderillas
los zurdos sin mano izquierda
la mano escondida que tiró la piedra
y los que nunca ceden la silla.

Los que no se quitan el sombrero
para dejar a las mujeres primero
los de la igualdad mal entendida
y los cerdos que me gritan.

Los trapos que esconden puñaladas
las rebajas del pellejo
las burlas desde el burladero
y las brujas que se creen hadas.

Los que quieren quedar bien
por ley y por decreto
los que vociferan los secretos
y los políticamente correctos.

Los que se toman todo en serio
los que siempre se dan por aludidos
los que viven ofendidos
y los fariseos del monasterio.

Los palos al cornudo
los que susurran mentiras al oído
la moral del lameculos
la puta sonrisa del vendido.

Los que ruegan sin el mazo
los que viven de poner el cazo
los que culpan a la mala suerte
y la prepotencia del más fuerte.

Los que velan en entierro ajeno
el pie que jamás salió del tiesto
los que nunca mean contra el viento
y no hacer al menos un intento.

Odio quedarme con la duda
no saber si puedo
al que todo se la suda
y los que jamás se echan al ruedo.

Los remeros que van con la corriente
el que nunca arriesga nada
los que no llegan de frente
y quedarme con las ganas.

Me cago en los pelotas
en los trepas profesionales
que se regodean en los males
y se gozan tus derrotas.

Los tristes de nacimiento
Las feminazis sargento
Que no me dejan silbarle
a mi morena y su contoneo

Las putas despedidas
dejar atrás amigos
los amantes de la prisa
y los observadores de su ombligo.

lunes, julio 06, 2015

Mis dos cojones de acero. Toma II

Qué quieren que les diga. Igual no tiene sentido, pero a mí me quedó una sensación de no haber terminado el trabajo. O al menos de no haberlo terminado como Dios manda. Vamos, lo que mis antepasados celtas llaman un unfinished business.

Sí, ya sé que crucé la línea de meta. Pero joder, anduve. No mucho, pero anduve. Esa es la jodida realidad. Anduve. Y la jodida realidad llevaba tres años picándome el orgullo. Y el orgullo herido es una cosa jodida de llevar, por mucho que te lo rasques. Llegué a la meta y aun así la sensación de derrota no me la quitaba nadie. De que esa puta carrera había podido conmigo.

Y por ahí no paso. No me jodas. Yo que había corrido una maratón por debajo de 3h, arrastrándome para acabar en 4h40’. Eso no podía ser. Por encima de mi cadáver. Ostia. Algo había que hacer al respecto. Así que me apunté a otro Ironman. A ajustar cuentas con esa mierda de carrera de mis cojones. En Niza, el 28 de junio. A dirimir ciertos asuntos pendientes.

El 5 de enero empecé los entrenos. El 23 de enero, mientras entrenaba en bici, un tipo me lleva por delante en una rotonda. Vuelo de varios metros. Aterrizaje forzoso. A este yo lo mato, como hay dios que lo mato. Intentas levantarte para practicar sobre el imbécil esa antiquísima arte de lucha cántabra conocida como nube de ostias. Pues va a ser que no. Que lo de levantarnos lo dejamos para otro día. Mejor pasamos al plan B: quedarse tumbado sin moverte un ápice e insultarlo en todos los idiomas que conoces, que no son pocos. Stai tranquillo, me suelta el tortellini de mis cojones, non insultarmi. No te insulto a ti, gilipollas, insulto a tu puta madre. Ambulancia. Carabinieri. Sirena hasta urgencias. Collarín para un cuello que no te has partido porque dios no ha querido y porque llevabas el bendito casco que ha quedado en dos bonitos pedazos. Ostias hasta en el carnet de identidad. Y la rótula izquierda rota. Fractura compuesta.

Tenemos que escayolarle, me informan. Van a escayolar a rita la cantaora, respondo yo. Disculpe, creo que no ha entendido bien, tiene la rodilla rota, ROTA. Nada de escayolas, esto no tiene tan mala pinta, deme otra solución. Bueno, están estas rodilleras que le inmovilizan la pierna. ¿Ve qué bien? Ahora empezamos a entendernos, póngame cuarto y mitad de rodillera. Como vea… Muy bien, doctor, y ahora la parte importante: cuándo puedo volver a entrenar. Me mira raro. Si todo va bien, igual en un par de meses puedes empezar a trotar. Me cago en todos mis putos ancestros, ostia. OK, acepto barco, dos meses sin correr, ¿y cuándo puedo nadar? ¿Pero usted es imbécil? Tiene la rodilla rota, joder. Que sí, que eso ya lo sé, ahora dígame cuando puedo empezar a nadar. ¿Cuánto nada? Poco. La andaluza interviene, no le haga caso, nada mucho. Dígame un número. 12 kilómetros a la semana. ¿Pero esto es una cámara oculta o qué? Puede nadar un poco, pero sin doblar la rodilla y desde luego NO doce kilómetros semanales. Que sí, captado, pero puedo nadar ¿no? En un par de semanas, no antes. Chachi, ¿y cuándo puedo empezar a montar en bici? Haga lo que se le ponga en la punta del ciruelo, luego no me venga aquí a llorar si acaba con la rodilla como un higo. Óptimo, era lo que necesitaba oír, gracias, hasta la próxima.

Les ahorraré lo que es preparar un ironman en 4 meses y partiendo de la rehabilitación de una rodilla rota. Se puede hacer, pero no se lo recomiendo.

Y llega la carrera. 6:30 de la mañana, 2800 imbéciles al agua. 3.8km por delante. 1h01’40” después, salgo del agua. Trae para acá la bici. 175km por delante con 2000 metros de desnivel positivo. 5h33’50” después, dejo la bici. Trae para acá las zapas de correr. 42.2km por delante. Ahora vamos a hablar tú y yo cara a cara, puta. Cuatro vueltas, cuatro jodidas y eternas vueltas. 33 grados. Muchos grados. Por la media paso en 1h43’00”. En el kilómetro 25 mi cuerpo dice basta. Hasta aquí hemos llegado, amigo. Y ahí empieza el ironman. Tus piernas dicen que no. Tu escaso lado racional dice que no. Y aun así sigues corriendo. La andaluza sabe que vas bien jodido antes de verte. Porque son muchos años y estas cosas se intuyen. Y ella te dice que sí. Y Tommi te dice que sí, che non sei finito e che adesso vai e prendi quel cazzo di ultimo braccialetto. Y las piernas dicen que no. Y dicen que no durante 17 kilómetros. Uno detrás de otro. Y uno detrás de otro los haces sin dejar de correr, porque el orgullo herido es muy difícil de digerir y porque esa puta carrera no te va a ganar otra vez.

Aún no sabes muy bien cómo, acabas la maratón en 3h41’10”.

Cruzas la línea de meta en 10h31’18”. Sin haber caminado ni un solo paso.

Ya puedo dormir tranquilo.


Ya puedo descansar.