Toda esta mierda empezó cuando el diablillo de mi hombro izquierdo, que es un hijo de la gran puta, me insinuó que eso de terminar medias maratones está bien, pero que evidentemente es una mariconada cuando existen las maratones enteras. Y joder, qué quieren que les diga, como idea abstracta y etérea, como objetivo difuso y lejano, como concepto un tanto romántico y poco práctico, pues la cosa tampoco tenía tan mala pinta. Ahora, la realidad pragmática del asunto, ya es otro cantar. A ver, yo ya sabía que no iba a hacer precisamente cosquillas, coño, quien más quien menos puede imaginarse que correr 42 kilómetros y 195 putos metros todos seguiditos no es precisamente algo que te vaya a producir un orgasmo. Y sí, efectivamente, duro es, pero bueno, uno ya va mentalizado para esa puta agonía. Para lo que uno no está preparado es para el infierno de antes.
Para los 800 kilómetros de entrenos que te has chupado como un campeón. Eso, y no lo otro, es lo jodido. Duro es levantarte a las 7 de la puta mañana, estar esquiando de sol a sol, llegar al apartamento absolutamente reventado, y en vez de quedarte tirado como un gusano, cambiarte de ropa, calzarte las zapatillas, y salir a la calle de noche, con cinco bajo cero y nevando, a trotar un rato y a subirte unas cuestas. Duro es tener que hacerte tiradas de más de 20 kilómetros con los gemelos contracturados, sabiendo que vas a tener que aguantar dolor desde que pongas el pie fuera del puto portal. Mierda puta, duro es tener dos rozaduras en las plantas de los pies del tamaño de un jodido huevo, sanguinolentas y supurando mierda blanca, y correr sobre ellas durante dos horas. Qué cojones, duro es llevar 45 kilómetros una semana, no poder con tu puta alma, y salir lloviendo a hacer otros 23, porque es lo que toca. Joder, duro es vivir durante tres meses en un estado semicomatoso de permanente agotamiento físico, y aún así salir a correr tú solito, sin perrito que te ladre, ni más compañía que tu puto cansancio y tu puto dolor. Eso amigos, es duro, los 42 kilómetros del final, son mariconadas. O bueno, quizá no tanto.
Y es que, se mire por donde se mire, sólo hay un calificativo para todo aquel que tan siquiera se plantee la mera posibilidad de correr un maratón: imbécil. Pero no de los tontucos que enternecen, no, un imbécil redomado, un subnormal, un auténtico retrasado mental. Un absoluto, y completo anormal. De esos que aun teniendo balas los arreabas con la culata. Pues nada, yo el primero, claro que sí, que no se diga por ahí que no hay huevos. Faltaría más.
Así que ahí estaba yo el domingo, a las 8:30 de la mañana, en Barcelona, junto con otros 12.000 imbéciles e imbécilas más, todos secos secos y con cara de hambre, esperando ansiosos a que nos dijeran, hala, ya, venga, a correr, reviéntense a gusto, subnormales. Todo eso después de haberte levantado a las 5:30 a desayunar (hecho que ya de por sí sería más que suficiente para que te encerrasen en un psiquiátrico), y haber cogido el metro camino de la salida a las 6:30, mientras la gente normal y de bien que vuelve a esas horas dando tumbos a recogerse a su casa (o a la casa de otra, si ha habido suerte) te mira como si fueras el mayor soplapollas que han visto en su vida. Pues sí, lo soy, y si tú no llevaras esa tajada encima te darías cuenta de que la tipa esa a la que vas encaramado y que te vas a follar en breve (si es que consigues que se te levante) no es digna de ser tocada ni con un puntero láser, así que no me toques los cojones. Cada uno con lo suyo, amigo.
Bueno, a lo que iba, que me disperso. La salida. Ya saben. Un pistoletazo, gente aplaudiendo, globitos al aire y todas esas movidas. Allá vamos, y a quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga. Esperemos que los 300 kilos de pasta que te has comido los últimos tres días surtan efecto, porque si no, vas bien jodido. Objetivo para el que has entrenado: 3h30’00’’. O lo que es lo mismo a 4’58’’ el kilómetro. Pero joder, sales y enseguida cazas la zancada buena. Miras el reloj, vas a 4’45’’. Esto lo vas a pagar amigo, y lo sabes. Pero qué cojones, que no se diga que no lo intentaste. No te jode, nadie dijo que no fuera a doler, y mucho mejor que digan aquí murió un valiente que por ahí va un cobarde. Dónde va a parar. Por la media maratón en 1h40’05’’, y vas relativamente fresco. Te emocionas. A ese paso haces 3h20’, que para un neófito en estas lides es un tiempo más que respetable. Por el 30 empiezas a ir bastante tostado pero aún aguantas el ritmo. Del 30 al 32 la cosa decae. De ahí en adelante sólo dolor y sufrimiento. Ni un gramo de fuerza, ni reservas de dónde sacar. Aun así, y tirando de puro cojón y de pura mala ostia, consigues hacer del 30 al 35 en 24’30’’. Pero llevas ya 3 kilómetros retrasando una muerte anunciada. Desde el 32 son los 10 putos kilómetros más largos de tu puta vida. Las piernas agarrotadas y sin capacidad de respuesta. Vas porque hay que ir, porque por tus cojones que vas a cruzar esa jodida línea blanca. Ostia. Pero ya no te queda ni capacidad para sacar mala leche. Sólo quieres que pare ese dolor. Jodida tortura. Llevas el nombre en el dorsal, así que la gente te anima como si te conociera, a ti y a otros tantos de a tu alrededor, que van igual, o peor que tú. Vamos irlandés, vamos, que ya estás ahí. Y tú sabes que mienten, porque aún quedan 6000 metros de suplicio y de clavarte puñales en las piernas. Pero lo agradeces. Mierda que si lo agradeces. Sobre todo a la andaluza, que está hasta los cojones de tus gilipolleces, pero que aun así lleva siguiéndote en metro por toda la puta maratón, y que te conoce comos si te hubiera parido, y que en el 34 te ha visto bien jodido. Ya lo tienes irlandés, tira, tira, ostia, tira, vamos. Pero no hay de dónde tirar. Y querrías mandar sobre tu cabeza y hacer sonar el “Painkiller” para sacar un último gramo de energía de alguna parte que desconoces, pero la cabeza va por su lado, y sólo te repite una y otra vez el primer verso del gran Johnny Cash “I hurt myself today…” Puto Johnny, putos Judas, y puta sea mi estampa. Joder. Quién ostias me mandó a mí. Y por más que yo pudiera escribir aquí, el asunto es bien simple, en esos últimos 8 kilómetros todo se reduce a ver quién puede más, si tus cojones y tu fuerza de voluntad, o tu cuerpo que ha reventado y que literalmente ya no sabe ni a dónde va. Y sólo sigues porque como dijo aquel “you can quit and they won’t give a shit, but you will always know”.
Así que de alguna manera consigues cruzar la línea blanca. 3h25’01’’ después de haber salido. Un voluntario se acerca mientras tú juntas fuerzas para mantenerte en pie. Te dice algo que ni entiendes y se agacha a tu lado, te suelta el cordón de la zapatilla, te quita el chip de cronometraje, y te la vuelve a atar. Tú lo observas todo como si no fuera contigo. Andas como un puto boxeador sonado, mientras diversos tipos de azul te ponen una medalla al cuello, y te dan fruta. Agua, por favor. Ipso facto llega otro con un botellín de agua y medio litro de powerade que te ventilas sin respirar. La andaluza te dice que eres la puta ostia, y un subnormal, y que estás muy pálido. Va a por tu ropa mientras tú te sientas porque ya no puedes mantenerte en pie. Te cambias la camiseta, te pones un forro y un chubasquero, y aún así tiemblas como si te hubieran metido en una jodida cámara frigorífica porque tu cuerpo ya no tiene fuerzas ni para calentarse. Y las piernas te duelen tanto que desearías que te las arrancaran. Es en ese momento cuando el diablillo de tu hombro izquierdo, ese hijo de la gran puta, sale a saludar. Bien irlandés, bien, ya estás más cerca del Ironman. Que te follen, joder.
Porque esa, quién sabe, será otra historia.
Para los 800 kilómetros de entrenos que te has chupado como un campeón. Eso, y no lo otro, es lo jodido. Duro es levantarte a las 7 de la puta mañana, estar esquiando de sol a sol, llegar al apartamento absolutamente reventado, y en vez de quedarte tirado como un gusano, cambiarte de ropa, calzarte las zapatillas, y salir a la calle de noche, con cinco bajo cero y nevando, a trotar un rato y a subirte unas cuestas. Duro es tener que hacerte tiradas de más de 20 kilómetros con los gemelos contracturados, sabiendo que vas a tener que aguantar dolor desde que pongas el pie fuera del puto portal. Mierda puta, duro es tener dos rozaduras en las plantas de los pies del tamaño de un jodido huevo, sanguinolentas y supurando mierda blanca, y correr sobre ellas durante dos horas. Qué cojones, duro es llevar 45 kilómetros una semana, no poder con tu puta alma, y salir lloviendo a hacer otros 23, porque es lo que toca. Joder, duro es vivir durante tres meses en un estado semicomatoso de permanente agotamiento físico, y aún así salir a correr tú solito, sin perrito que te ladre, ni más compañía que tu puto cansancio y tu puto dolor. Eso amigos, es duro, los 42 kilómetros del final, son mariconadas. O bueno, quizá no tanto.
Y es que, se mire por donde se mire, sólo hay un calificativo para todo aquel que tan siquiera se plantee la mera posibilidad de correr un maratón: imbécil. Pero no de los tontucos que enternecen, no, un imbécil redomado, un subnormal, un auténtico retrasado mental. Un absoluto, y completo anormal. De esos que aun teniendo balas los arreabas con la culata. Pues nada, yo el primero, claro que sí, que no se diga por ahí que no hay huevos. Faltaría más.
Así que ahí estaba yo el domingo, a las 8:30 de la mañana, en Barcelona, junto con otros 12.000 imbéciles e imbécilas más, todos secos secos y con cara de hambre, esperando ansiosos a que nos dijeran, hala, ya, venga, a correr, reviéntense a gusto, subnormales. Todo eso después de haberte levantado a las 5:30 a desayunar (hecho que ya de por sí sería más que suficiente para que te encerrasen en un psiquiátrico), y haber cogido el metro camino de la salida a las 6:30, mientras la gente normal y de bien que vuelve a esas horas dando tumbos a recogerse a su casa (o a la casa de otra, si ha habido suerte) te mira como si fueras el mayor soplapollas que han visto en su vida. Pues sí, lo soy, y si tú no llevaras esa tajada encima te darías cuenta de que la tipa esa a la que vas encaramado y que te vas a follar en breve (si es que consigues que se te levante) no es digna de ser tocada ni con un puntero láser, así que no me toques los cojones. Cada uno con lo suyo, amigo.
Bueno, a lo que iba, que me disperso. La salida. Ya saben. Un pistoletazo, gente aplaudiendo, globitos al aire y todas esas movidas. Allá vamos, y a quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga. Esperemos que los 300 kilos de pasta que te has comido los últimos tres días surtan efecto, porque si no, vas bien jodido. Objetivo para el que has entrenado: 3h30’00’’. O lo que es lo mismo a 4’58’’ el kilómetro. Pero joder, sales y enseguida cazas la zancada buena. Miras el reloj, vas a 4’45’’. Esto lo vas a pagar amigo, y lo sabes. Pero qué cojones, que no se diga que no lo intentaste. No te jode, nadie dijo que no fuera a doler, y mucho mejor que digan aquí murió un valiente que por ahí va un cobarde. Dónde va a parar. Por la media maratón en 1h40’05’’, y vas relativamente fresco. Te emocionas. A ese paso haces 3h20’, que para un neófito en estas lides es un tiempo más que respetable. Por el 30 empiezas a ir bastante tostado pero aún aguantas el ritmo. Del 30 al 32 la cosa decae. De ahí en adelante sólo dolor y sufrimiento. Ni un gramo de fuerza, ni reservas de dónde sacar. Aun así, y tirando de puro cojón y de pura mala ostia, consigues hacer del 30 al 35 en 24’30’’. Pero llevas ya 3 kilómetros retrasando una muerte anunciada. Desde el 32 son los 10 putos kilómetros más largos de tu puta vida. Las piernas agarrotadas y sin capacidad de respuesta. Vas porque hay que ir, porque por tus cojones que vas a cruzar esa jodida línea blanca. Ostia. Pero ya no te queda ni capacidad para sacar mala leche. Sólo quieres que pare ese dolor. Jodida tortura. Llevas el nombre en el dorsal, así que la gente te anima como si te conociera, a ti y a otros tantos de a tu alrededor, que van igual, o peor que tú. Vamos irlandés, vamos, que ya estás ahí. Y tú sabes que mienten, porque aún quedan 6000 metros de suplicio y de clavarte puñales en las piernas. Pero lo agradeces. Mierda que si lo agradeces. Sobre todo a la andaluza, que está hasta los cojones de tus gilipolleces, pero que aun así lleva siguiéndote en metro por toda la puta maratón, y que te conoce comos si te hubiera parido, y que en el 34 te ha visto bien jodido. Ya lo tienes irlandés, tira, tira, ostia, tira, vamos. Pero no hay de dónde tirar. Y querrías mandar sobre tu cabeza y hacer sonar el “Painkiller” para sacar un último gramo de energía de alguna parte que desconoces, pero la cabeza va por su lado, y sólo te repite una y otra vez el primer verso del gran Johnny Cash “I hurt myself today…” Puto Johnny, putos Judas, y puta sea mi estampa. Joder. Quién ostias me mandó a mí. Y por más que yo pudiera escribir aquí, el asunto es bien simple, en esos últimos 8 kilómetros todo se reduce a ver quién puede más, si tus cojones y tu fuerza de voluntad, o tu cuerpo que ha reventado y que literalmente ya no sabe ni a dónde va. Y sólo sigues porque como dijo aquel “you can quit and they won’t give a shit, but you will always know”.
Así que de alguna manera consigues cruzar la línea blanca. 3h25’01’’ después de haber salido. Un voluntario se acerca mientras tú juntas fuerzas para mantenerte en pie. Te dice algo que ni entiendes y se agacha a tu lado, te suelta el cordón de la zapatilla, te quita el chip de cronometraje, y te la vuelve a atar. Tú lo observas todo como si no fuera contigo. Andas como un puto boxeador sonado, mientras diversos tipos de azul te ponen una medalla al cuello, y te dan fruta. Agua, por favor. Ipso facto llega otro con un botellín de agua y medio litro de powerade que te ventilas sin respirar. La andaluza te dice que eres la puta ostia, y un subnormal, y que estás muy pálido. Va a por tu ropa mientras tú te sientas porque ya no puedes mantenerte en pie. Te cambias la camiseta, te pones un forro y un chubasquero, y aún así tiemblas como si te hubieran metido en una jodida cámara frigorífica porque tu cuerpo ya no tiene fuerzas ni para calentarse. Y las piernas te duelen tanto que desearías que te las arrancaran. Es en ese momento cuando el diablillo de tu hombro izquierdo, ese hijo de la gran puta, sale a saludar. Bien irlandés, bien, ya estás más cerca del Ironman. Que te follen, joder.
Porque esa, quién sabe, será otra historia.