jueves, abril 16, 2009

Sobre guindillas y ciruelos

Lo primero que quiero que quede bien clarito, es que la sucesión de calamitosas circunstancias que me dispongo a relatar en ningún caso me acontecieron a mí, sino a un amigo de un amigo. Es más, al conocido de un amiguete. Qué cojones, en realidad esto le acaeció a un perfecto desconocido, pero por diversas circunstancias la historia ha terminado llegando a mis oídos, y he pensado que a ustedes pudiera resultarles tremendamente inspiradora.

Pues bien, al protagonista de la misma, que como digo apenas si tiene nada que ver con mi persona, le daremos el nombre genérico de “el celta”. Al interfecto en cuestión, un cabrón profesional y perfecto inútil en casi todas las tareas habituales de la vida, le dio un día que se levantó con ganas de cambiar el orden establecido de las cosas por ponerse a cocinar. Craso error. Porque las cosas tienen un orden establecido por algo. Y desde luego no es para que un auténtico gilipollas se ponga a desestablecerlo. Porque no, joder, porque de ahí no puede salir nada bueno.

Espaguetis, se dijo para sí el muy mamón. El tema parece fácil: agua hirviendo, pasta dentro, pasta fuera al cabo de un rato, tomate orlando y, si uno se siente inspirado, salchichas de sobre tras paso por el microondas. Molto facile. O no, porque resulta que el imbécil al que me refiero decidió que ya que se ponía, iba a hacerlo bien, pero bien de cojones, y como el tipo había estado cierto tiempo por el país de los ragazzi y las ragazze (como servidor, casualidades de la vida), comenzó la elaboración de una estupenda receta que le habían inculcado por aquellas tierras. Hasta aquí todo más o menos bien. Salvo el pequeño detalle de que la sabrosa combinación culinaria incluía guindilla. Y las guindillas las carga el diablo.

Que la receta tenía de esos pequeños pimientos infernales estaba claro, el problema radicaba en que no especificaba cuántos, ni en qué formato. Así que el subnormal del celta echó unas pocas. Vamos, lo que vienen siendo seis o siete. Y además abiertas y bien desparramadas sus lindas semillitas por todo el jugoso manjar. Coño, si hubiera que echarlas cerradas se especificaría por algún sitio, se dijo para sí el habilidoso cocinillas. Y en esas estaba nuestro protagonista, abre que te abre bien abiertas todas las guindillas cuando notó de pronto unas irresistibles ganas de vaciar su vejiga. Pues nada, a mear se ha dicho. Y se fue al baño, y sacó la pilila, y meó (hago hincapié en esta parte de la historia porque es muy importante para el devenir de la misma).

Hasta aquí todo normal. Un tonto de las pelotas cocinando un plato con guindillas y meando en una baza. Pero hete aquí, mis queridos amigos, que de pronto y sin previo aviso un extraño picor empezó a recorrerle la punta de sus partes nobles. Vamos, lo que viene siendo el capullo. Qué raro, pensó él, pero bueno, yo a lo mío, que esto tiene una pinta estupenda. Pero, oh campos de soledad mustios collados, poco a poco lo que empezó como un simple picorcillo, evolucionó hasta un escozor galopante e insufrible en todo lo que viene siendo la parte contratante del ciruelo. Santo dios, pero qué cojones es esto, pensó él. Raudo y veloz se dirigió al baño para mirarse y remirarse sus partes pudendas sin encontrar nada digno de mención (más allá de su desproporcionado tamaño al que él ya estaba acostumbrado por lo que no lo encontraba digno de mención). Pero como el picorcillo se había convertido de golpe y porrazo en un jodido fuego que parecía como si se hubiera restregado por el glande un matojo de ortigas carnívoras de la selva de borneo, decidió coger al toro por los cuernos, aposentarse a toda prisa como mejor pudo en el bidé y frotarse bien frotado todo el miembro (y la miembra) con agua, jabón, champú, lejía y amoniaco, con la vana esperanza de conseguir mitigar aquel jodido sufrimiento. En balde.

Y ahí fue cuando el celta perdió toda su escasa capacidad de raciocinio. Porque no hay nada como tocarle la polla (literalmente o en sentido figurado) a un hombre para que pierda su capacidad de raciocinio. Esto no puede ser nada bueno, pensó él. Ahora sí que la hemos jodido pero bien jodida, siguió pensando él, porque esto va a venir siendo algún hongo chungo, o alguna infección aún más chunga, o vete tú a saber qué mierda. Joder. Joder. Joder. Y dónde cojones lo habré pillado, mierda, puta (puta utilizado como interjección de fastidio, no como lugar de pillamiento de hongos chungos). Y a ver cómo le explico yo esto a la andalusí (que es el nombre genérico que daremos a la compañera de piso del celta), eso sí que va a estar jodido, porque se mire por donde se mire, esto buena explicación, no tiene.

Así que el celta vio claro en su cabeza que estaba frente a una decisión de las importantes: salvar su relación sentimental, amorosa y todos esos rollos, o salvar su polla. Pues la cosa está clara, pensó él en un ataque de romanticismo. La polla, naturalmente. Total, si pierdo la minga la señorita andalusí se va a largar con otro de todas todas, así que de perdidos al río. Y dicho y hecho se dirigió con profundo dolor de su corazón (y de sus genitales, no olvidemos que le están escociendo atrozmente) a donde su compañera a explicarle con mucho tacto la problemática concerniente a su cipote. Nena, necesito ir a urgencias. Celta, joder, deja de decir gilipolleces. Coño que es en serio. A ver, qué cojones te pasa. Tengo un terrible picor en la polla, creo que se me va a caer. (Partida de culo). En serio, nena, joder, que no es de risa. Vale, vale (partida de culo, número dos). Bueno, tú te puedes descojonar lo que quieras, yo me voy a que me inspeccionen minuciosamente el pito antes de que sea demasiado tarde. Ah, que va en serio… es que como siempre estás diciendo idioteces, bueno a ver, ¿ha sido así, de repente?. Pues sí. ¿Y qué estabas haciendo?. Espaguetis. ¿La mierda esa a la que tú llamas espaguetis, y que lleva tanta guindilla que no se lo comería ni el puto zapata?. Los mismos. Ya, y por casualidad no te habrás tocado la minga con posterioridad al toqueteo de las guindillas. Pues… no sé, joder, qué más da, yo lo que necesito es un médico, joder, joder, ¡socorro!, ¡¡auxilio!!... (y más cosas por el estilo, porque aquí le sobrevino al celta un ataque de pánico cuando se dio cuenta de que iba a pasar el resto de sus días en el más estricto celibato). Calla la boca, subnormal, ¿a ti no se te ha ocurrido relacionar, guindillas, con tocamiento de pitilín, con picor?, pedazo de gilipollas. Pues no. Ya. Ajá (las neuronas del celta son un poco lentas a la hora de hilar conceptos). A ver, tontuco, ráscate un poco un ojo. Pero eso para qué, joder, que a mí lo que me pica es la polla, coño, la polla, no el ojo, ni el ojete, gracias a dios, porque era lo que me faltaba. Ya, ya, pero tú hazlo. Y así lo hizo el celta. Acto seguido el picor de la banana se le reprodujo de manera exacta en el ojo. Eso hizo que las neuronas por fin conectaran entre sí, y viera claro y diáfano que el escocimiento no estaba producido por una colonia de hongos genitales sureños, sino por la mierda de guindillas que al parecer pican en cualquier parte sensible del cuerpo humano. Incluida la punta del pepino.

Tras la partida de culo pertinente ante la salvación de sus partes pudendas se produjo el comienzo de otra de esas típicas y amigables conversaciones de pareja. Oye, celta, ¿y tú qué coño pensabas que habías cogido? Es más, ¿dónde cojones creías que lo habías cogido?. Ejem, nena, y yo qué sé… ya sabes, baños sucios y tal… Lo que vino después, incluyendo insultos variopintos, televisiones voladoras, y otra serie de entrañables acciones de violencia doméstica, ya se lo detallo en otra ocasión.

Ahora bien, queridos lectores y lectoras, que la experiencia del celta os sirva para algo. No cocinen. Y si cocinan, no usen guindillas. Y si lo hacen, no se toquen la polla. Y muchísimo menos el chichi, porque yo de eso no gasto, pero viendo el efecto guindillil en la tranca, como eso te ocurra en el potorro más vale que tengas unas buenas dosis de morfina a mano.

3 comentarios:

Portu dijo...

Mira que yo expongo mi vida al peligro echando guindillas a mis guisos de gulas con gambas y no me he visto en una igual. Será porque las deposito enteritas tal cual salen del tarro y no me ando experimentando como su amigo y paisano.

Eso sí, admirable el estoicismo del protagonista para no haber caído desmayado presa del pánico en el momento de surgir los picores.

A cuidarse, chili pepper.

Juan_isho dijo...

Y los espaguetis estaban ricos? Mucha historia de sufrimiento personal de ese pobre muchacho, pero no sabemos cómo acabo la receta. Esta historia se la mandas a Arguiñano y te ergala el electrodoméstico fijo.

A cuidarse oiga, y a cocinar menos.(Su amigo claro)

al_pachino dijo...

jejej, que gran historia. Me voy a imaginar que eras tú el prota y te voy a decir: pero cómo puedes andar tan despistao, que esa putada se la gastaban a uno en porkis! Te estás olvidando de lo más elemental, qué te está pasando colega¿? A ver si un día te van a echar picapica en el jersey, como diría el ´insibilino´ putter, ¨tú antes molabas tío...¨

lo de insibilino viene de aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=8rGecaVVlyU

cojonudo.

saludos gentuza