martes, diciembre 05, 2006

Una de arturos y terneras charolesas

Pues estaba yo en un trance investigador desbocado, investiga que te investiga, cuando sin saber muy bien cómo, me crucé con esto en el camino. Y me dije, coño, muchacho, mira tú qué casualidad que no eres el único al que le acontecen curiosos episodios con personas femeninas de contundente personalidad. Y encima en un aeropuerto. Miel sobre hojuelas, oye. Y no sólo eso, sino que además lo firma mi admirado señor Arturo, esto debes compartirlo muchacho, así que dicho y hecho, aquí tienen las peripecias de la gran foca morse escasa de ropajes y el afamado firmante de las aventuras de Don Diego Alatriste.

Y sí, ya sé que esto es una lamentable forma de no estrujarme la mollera, pero oigan, nunca subestimen la vagancia superlativa del irlandés medio. Que lo disfruten.

Otro verano, Marías, colega

Cuando llegan estas fechas estivales, siempre me acuerdo de Javier Marías, alias el perro inglés. Año tras año, hasta que se pasó a la competencia, el rey de Redonda y el arriba firmante intercambiábamos puntual guasa veraniega, de página a página, sobre las lorzas de tocino y las pantorrillas peludas con que cierta chusma adorna, no ya las playas, que son más o menos lugar adecuado para exhibir esa clase de espantos, sino el paisaje en general. Y lo que es la costumbre, oigan. Estos días, cada vez que veo a un fulano en chanclas, con bañador y sin camiseta, rascándose los huevos por la Gran Vía de Madrid, o a una de esas impúdicas morsas que se pasean, orgullosas de su palmito, con rodajas de sudoroso sebo rebosándoles bajo el top, no puedo menos que acordarme del ausente colega y de nuestros duetos veraniegos de antaño.

El otro día me acordé especialmente. Estaba en el aeropuerto de Barajas, soportando las habituales sevicias y humillaciones que, gracias a George Bush y a su pandilla de gangsters de ultraderecha, ahora debe sufrir cualquiera que pretenda subirse a un avión. Estaba en ésas, digo, y justo delante, a un palmo, tenía una espalda de mujer completamente desnuda. La espalda. Y cuando digo completamente, me refiero a eso: desnuda de arriba abajo. O sea, que la individua llevaba un pantalón piratesco de cintura bajísima –se advertía un tatuaje en la línea de flotación– y la parte superior de su cuerpo sólo estaba cubierta, en la región delantera, por un minúsculo paño sujeto por tirantes. El resto eran rodajas de chicha. La pava en cuestión era grandota, atocinada, abundante y bajuna sin complejos, y lucía en el omoplato derecho otro tatuaje, con un Jesucristo tan detallado que sólo le faltaba decir: con un beso me entregas, Judas, o algo así. El acento era gallego, creo. Me refiero al de la individua.

Total. Que la cola era larga e iba despacio. Los picoletos de los rayos equis escudriñaban minuciosos, y aunque había cuatro aparatos con sus arcos y toda la parafernalia, sólo funcionaba uno. Lo normal. La gente de atrás, impaciente, empujaba un poco. Yo tenía por la popa a una madre con su vástaga en brazos, y la pequeña bestezuela mascaba un donut de chocolate, agitando sus manitas pringosas junto al cuello de la camisa con la que yo debía culminar ocho horas de vuelo. A cada viaje que la criatura me tiraba al cogote, yo me echaba hacia adelante, angustiado, dando sobre la espalda de la pava que tenía a proa. Ahí, háganse cargo: diera donde diera, siempre daba en carne. Sudorosa y nada apetecible, las cosas como son; pero carne al fin y al cabo, que su propietaria debía de tener, además, en alta estima. Pues era el caso que, cada vez que yo rozaba aquel espanto tatuado, el Cristo me miraba ceñudo y su exhibidora se volvía a medias, observándome también como diciéndose: sátiro habemus, y me magrea.

No he pasado tanta vergüenza en mi vida. Allí estaba yo, emparedado entre la pequeña hija de puta de mi retaguardia –la madre pasaba varios pueblos de mí– y aquella espalda enorme, desnuda, tatuada, contra la que me llevaban tanto mis movimientos defensivos como las arrancadas y frenazos de la gente. Pensé que aquello no podía ser peor, pero me equivocaba. Siempre puede ser peor. Porque a la tía de delante empezó a sonarle el móvil, puso la bolsa en el suelo mientras se agachaba a buscarlo, en ese momento me empujaron por atrás, y en el preciso instante en que, por la cintura del pantalón de la foca, que le quedó muy abajo al inclinarse, asomaban el otro tatuaje completo –un águila con aspecto de haberse tragado un tripi–, la parte superior de un exiguo tanga negro y el arranque de dos rollizos glúteos de los que le gustan a mi vecino de página Juan Manuel de Prada, me precipité, perdiendo el equilibrio, exactamente sobre el horror de aquellas oferentes ancas. Chof, hizo el impacto. Pero no acabó todo ahí. Cuando, inclinada como estaba, la prójima se volvía a mirarme furibunda, evaluando mis rijosas intenciones, justo en ese momento, se le salió por delante, a un lado del pañito que llevaba puesto, media teta izquierda, enorme, descomunal, que le quedó colgando con oscilaciones de ternera charolesa. Lo juro por mis muertos más frescos. Fue entonces cuando, al fin, la manita chocolateada de la niña me acertó de lleno en el pescuezo. Y yo consideré la posibilidad de arrojarme sobre el guardia civil más próximo, arrebatarle su arma reglamentaria y pegarme un tiro.


Arturo Pérez-Reverte

7 comentarios:

Pete Vicetown dijo...

Siempre pasan cosas en el aeropuerto. La frialdad del lugar se contrarresta con el calor de als miles de historias de la gente que lo habita por unas horas, convirtiendolo eventualemnte en la más cosmopolita de als ciudades.
Gracias por tus visitas!
SAludos.

Portu dijo...

No debería usted investigar tanto, que luego pasa lo que pasa

PS - ¿Disfrutaremos de su presencia entre nosotros, meros mortales, en los días venideros?

MALEFICABOVARI dijo...

Joder, que fuerte, la verdad es que me he reido lo mío... Usted que tiene una andaluza guapa, y ahí, restregándose sin quererlo contra aquella gallega de carnes hirientes para su vista, y belleza nula. Lo de la teta ya debió ser apoteósico, usted necesitará varias sesiones de psicólogo para superar aquella visión horrible que se habrá grabado en su cerebro, porque esas cosas siempre se quedan registradas, luego uno no recuerda la cara del guapazo de turno, pero sí detalles lamentables como ese.
Animo, de verdad, se pasa. Usted se va a ver a su novia, visualiza la misma zona, pero esta vez, bella, y la mira mil veces para grabársela por cojones en la mente. Y listo. Hecho.
De todas maneras yo me hubiese manchado antes la camisa de chocolate negro, no tenía alternativa mejor, pero usted fué prudente, y su prudencia fué castigada, ni sabemos porqué.
Joder, luego las decentes tenemos complejos.... ahí hay que joderseeeeeee
ale, la próxima vez espero que una Cindy Crawford de metro ochenta sea la que deje entrever su tanga, su piel tersa, y su pecho inmaculado y no desafiante a la ley de la gravedad. Y que esté usted ahí para inmortalizarlo.
Cuídese, apreciándole me quedo, hoy ha sido magistral su arte.
bss

el_irlandés dijo...

Estimada señora maléfica, me alegro de que la haya gustado y de que se haya reído. Reír es bueno. De todas formas me veo en la obligación de sacarla de su error, por aquello de que al césar lo que es del césar y a Arturo lo que es de Arturo. Resulta que el texto de arriba, tal y como explico quizá no muy claramente en los dos primeros párrafos, no es mío, que ya me gustaría, sino de Arturo Pérez-Reverte. Apareció tal y como está aquí transcrito en un suplemento semanal de hace algunos meses. Yo me he limitado a copiarlo, con nocturnidad y alebosía. Aún siendo así me siento alabado de que en un momento, de supongo no mucho descanso, pudiera llegar a pensar que fuera mío. Atentamente.

Anónimo dijo...

Jajaja, como me he reido, con lo plof que pintaba este jueves de puente para tantos afortunados.

Me encanta como Arturo es capaz de contar con el vocabulario más simple las cosas más cotidianas y conseguir que suenen tan bien como lo hacen.

Un saludo

Juan_isho dijo...

Esa misma sensación la tuve ayer en la cola del cine, además para que la peli fuera una mierda. No os dejéis engañar por los trailers. Me robaron mi espacio vital, una señora mayor se hacía la despistada para intentar colarse, la niña de atrás que no llegaban a la peli, el padre soltando taco tras taco. Y yo triste y sólo entre mogollón de gente desconocida, demasiado cerca.

Pregunta al aire. ¿El hecho de hacer cola obliga a estar pegado al que tienes delante? A mi me pone muy nervioso, me gusta respirar aire, no lo que desprenda el de delante, pero en fin. Spain is different

Anónimo dijo...

Tio, tanto investigar y todavia no has aprendido a citar como es debido... luego la gente se piensa que es tuyo lo que es de otros y se montan lios (asi empezo Ana Rosa)