miércoles, marzo 01, 2006

Here we go again

No diré que con energías renovadas tras nuestro cumpleaños, porque no es cierto.

Cumpleaños por cierto que podríamos tildar de fracaso cuasi absoluto ya que prácticamente ni perri se ha dignado a colaborar con nosotros durante el pasado mes para hacernos llegar sus loas, alabanzas y relatarnos cómo la lectura de este blog ha cambiado su vida haciéndole mejor persona. Bueno, al menos hemos logrado que Juanisho vuelva a postear. Claro que si para que eso ocurra hay que ponerle en una situación al borde de la muerte no sé yo si va a valer la pena, que lo mismo un día no tiene la ocasión de contarnos qué tal le fue.

Por fortuna alguien que nos ha venido siguiendo en la sombra desde fechas recientes aportando puntuales comentarios en diversos posteos ha decidido dar el siguiente paso y contribuir a la causa con un texto digno hijo de este blog, en el que relata un suceso vivido de cerca por muchos de vosotros, entrañables lectores. El que crea que no se ajusta a la realidad, que critique al redactor en los comments y aporte su visión de los hechos. Yo soy un mandao que se limita a copipastear. Aquí os dejo en compañía de El Retirao.


El alemán y yo

Este cuatrimestre, para hacer un poco más divertido este final de carrera, y tal vez motivado por los numerosos compañeros que han emigrado a las tierras del este, he decidido matricularme en clase de alemán.

El profesor es un hombre de edad indefinida (confesiones recientes nos han hecho descubrir que se cumple ahora su centenario como profesor, pues empezó allá por 1906), amante sin par... de la naturaleza, y gran conocedor de idiomas.

Recuerdo la primera vez que le vi. Recuerdo...

Recuerdo aquella noche en que la dejé
Pero no me acuerdo adónde la dejé...


Corrían los primeros días del otoño del año 2003. Yo acababa de tener posiblemente mis calificaciones más espectaculares de la carrera: 2 suspensos y 10 no presentado. Ante la poco atrayente idea de repetir éxito en el curso que empezaba, decidí una mañana levantarme 4 ó 5 horas más temprano de lo habitual, e ir a la clase de las 9:30.

Llevaba más de seis meses sin ir a clase, y no estaba muy seguro de cuál era el aula. La falta de entrenamiento hizo que llegara un poco tarde, encontrándome que la que teóricamente era la clase a la que tenía que entrar, tenía la puerta cerrada.

Mientras tanto, en el interior de la clase...

El profesor había comenzado la clase con puntualidad alemana. Algunos alumnos, poco acostrumbrados a este tipo de actitudes, fueron entrando poco a poco después de que él cerrara la puerta. Al entrar el último de ellos, el profesor empezó a mostrarse molesto y realizó una crítica a la falta de puntualidad.

Poco después, al otro lado de la puerta...

Abrí la puerta poco a poco, mirando a todas partes en el intento de averiguar si era la clase correcta. Vi algunas caras conocidas, y capté brevemente la sonrisa de la delegada como diciendo: "¡Hombre! ¡Tú por aquí, ya era hora!". Había acertado con la clase. Así que me dispuse a sentarme con la mayor rapidez posible con el fin de molestar lo mínimo y pasar desapercibido. Vi un sitio libre en 2ª fila y me dirigí hacia él.

Sin embargo, tras dar un par de pasos, noté que mi pierna tropezaba con algo blando, y lo arrastraba poco a poco. Un instante después oí un ruido similar al que produce un ordenador portátil cuando cae al suelo desde aproximadamente un metro de altura. Me giré con cierta curiosidad para ver qué había pasado, y vi que el profesor se dirigía hacia la zona de la tragedia, hablando en un idioma indeterminado y haciendo gestos con las manos, mientras toda la clase enmudecía con una exclamación de perplejidad.

Se han dicho muchas cosas de lo que sucedió a continuación. En esta historia, al igual que en muchas otras, nadie tiene claro dónde empieza la realidad y dónde acaba la ficción. Ni siquiera yo recuerdo los hechos con exactitud. Hay que tener en cuenta que no suelo estar despierto a esas horas, y además estoy acostumbrado a que me pasen cosas similares (al fin y al cabo, le puede pasar a cualquiera, ¿no? Es decir, el hecho de que a mí me pase a menudo y que a la mayoría de la gente no le pase nunca, no significa nada, ¿no?), por lo que no presté demasiada atención y me limité a sentarme una vez que quedó claro que mi ayuda para recoger el aparato no era bienvenida.

Así que dejo a la imaginación de cada uno (y a su capacidad de recopilar las distintas versiones) la labor de terminar la historia. Lo que sí que puedo confirmar es que pasaron dos meses antes de que volviera por esa clase, y luego la siguiente vez que vi a ese profesor fue en el examen de septiembre. No parece guardarme rencor: aquel día contestó a todas mis dudas, mi nota no se vio reducida, e incluso a día de hoy deja que me ría de él en clase sin llamarme la atención. Sin duda la explicación lógica es que no se acuerda de mi cara, supongo que debido principalmente a que en la foto que él tiene no tengo gafas y estoy sin afeitar.

Y esa es la historia. La moraleja, y ese es el consejo que me dispongo a dar a las generaciones venideras: "Es mejor no ir a clase y parecer tonto que ir y despejar las dudas"


Pink Floyd - Time

4 comentarios:

Portu dijo...

Por desgracia no viví en directo ese momento para la posteridad de nuestro periplo universitario, pero no es menos cierto que el relato llegó ipso facto a mis oídos, causando gran regocijo en mi persona. Podríamos situarlo casi a la misma altura que el incidente en el que estuvieron involucrados Juli y un pilot azul. Casi, pero no.

Klaus es grande,
Klaus es justo,
Klaus habla en aleñol y no se le entiende ni media

el_irlandés dijo...

Pues sí. Allí que entró cual elefante en cacharrería. Allí que notó algo blando en la pierna y acto seguido algo duro en el suelo. Allí que Klaus dejó el aleñol aparcado y el cetaporpotenciaden y empezó a soltar bonitas exclamaciones en su sonora lengua natal (que estoy casi convencido que tampoco hay dios que entienda nada de lo que dice) todas totalmente desconocidas para mí pero que sonaban algo así como kartofen, gutenmorgan, ya ya y cabronchen.

Todo realmente gracioso. Casi tanto como aquello de: "que quién me ha robado la escobaaaaa... que llamo al richarrrrr".

Juan_isho dijo...

Que anécdota, una de las más recordadas de la carrera sin nigún género de duda. Fue un momento en el que aquellos que tratábamos de crear un magnífico diccionario de aleñol fuimos incapaces de traducir simultáneamenete. De todas formas a los pocos meses, allá por el 24 de diciembre, su hermano gemelo, que se llama igual, pero con Santa delante, le dejó como regalito otro portatil igual de bonito, igual de resistente, igual de eficiente.

Impresionante moraleja final. Seguid así y algún día volveré a poetear

Anónimo dijo...

Veo que todavía hay gente que lo recuerda (sí, sí, hay gente muy rencorosa). Fue sin duda el momento más brillante de mi carrera, más incluso que aquella trágica historia de dos estudiantes de Teleco que para darle un poco de variedad al descenso del Sella decidieron seguir recto contra las rocas (también conocido como momento ¿Quién maneja mi barca?).

La versión del irlandés es sin duda la más extendida, aunque yo no tengo nada claro eso de que hablase en su lengua materna. De hecho, las únicas palabras que recuerdo haber entendido las dijo en imperfecto castellano.

Mi relación con este hombre promete. Cada día que pasa hablamos más, y el otro día incluso me estuvo dando consejos para ligar (a ver si esta noche puedo ponerlos en práctica). Por no mencionar frases para el recuerdo como: "No deberían hacer traducciones del inglés al español. Entiendo mejor los libros en inglés"

P.D: Juanisho, he de confesar que he plagiado la moraleja final. La original es del Gran Marx, y en mi opinión es bastante mejor.
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Bruce Springsteen - Brilliant Disguise