domingo, febrero 26, 2006

Welcome to the jungle

Hola, perras del averno, guardianes de la inmoralidad y heraldos del autocoito y el fornicio. Les habla su irlandés favorito. O no. De nuevo el destino llamando a mi puerta. Resulta que juanisho escribió en esta afamada tribuna de librepensadores del futuro un muy acertado y gracioso artículo sobre un hijo de puta al volante de un C2 y luego se hacía reflexiones sobre qué podría suceder si cayera en manos de un descerebrado similar un C de mayor calado o número. Casualidades tiene la vida y los caminos del señor son inescrutables porque, de nuevo por una ruperta gigante, adivinen quién se acaba de hacer con los servicios de un cecuatro. Evidentemente no arriesgan mucho diciendo que servidor porque si hubiera sido mr bean esto no tendría sentido ninguno. Pues sí señores, el otro día paseaba yo tranquilamente por las aceras de los madriles cuando de pronto pasé por delante de un concesionario citroen del que no diremos la marca para no hacer publicidad y me dije: “coño vamos a comprarnos un coche, que mola estar motorizado”. Así que entré y me compré un coche. Claro que sí, las cosas hay que pensarlas con cuidado que si no corres el riesgo de hacer tonterías. Y me compré un cecuatro con un rebaño de 110 caballos y una mula y muchas cositas guays tipo ESP, ABS, VTR y demás siglas que no tengo ni la más nimia idea de lo que hacen o dejan de hacer pero que puedo prometer y prometo que cuestan una pasta gansa y el señor del concesionario puso mucho interés en que viera las ventajas evidentes de tener un coche con todas ellas. Y como el señor del concesionario era un señor muy simpático que me adoraba y bendecía como si estuviera en la presencia de un dios pagano, pues le hice caso que seguro que no me quería engañar y vender cualquier cosa que tuviera a mano incluyendo a su madre. La verdad lo raro es que consiguiera salir sólo con un coche.

Así que he dado un salto cualitativo desde el bólido verde de 42 burros a la flecha plateada de los 110 potros salvajes. Y estoy experimentando nuevas sensaciones desconocidas para mí y que pensé eran meras leyendas urbanas tales como girar el volante sin necesitar siete poleas y la ayuda de chuache, no tener que poner el aire al ir a aparcar para minimizar la sudoración del cuerpo, pisar el acelerador y que el coche acelere (acojonante) o entrar en una curva y no sentir que vas a salir despedido y entrar en una órbita geoestacionaria en la coñosfera. Interesante esto de los coches nuevos.

El problemilla fundamental ha sido el ir a comprarlo en la capital del imperio, porque claro, hay que conseguir salir de ella. Y no es tarea fácil. Básicamente en Madrid no existen las calles de dos carriles de esas con uno para ir y otro para volver. No. Aquí las calles tienen todas 57 carriles y todos en la misma dirección. Si quieres ir para el otro lado te jodes y buscas otra calle, cosa absolutamente imposible porque cuando quieres entrar a alguna transversal te das cuenta de que estás en el maldito medio de los 33 carriles perfectamente escoltado por un autobús a tu derecha, un todoterreno a tu izquierda un telepi que te pasa por encima y un taxista dando las largas porque qué cojones te crees que estás haciendo. Así que claro te da miedo hasta poner los intermitentes y al final acabas yendo a donde te lleva la marea de coches. Tu voluntad no cuenta. Sólo puedes ir recto y rezar para que el del autobús de tu derecha no decida meterse en tu carril al tiempo que el del todoterreno se hace un cambio de lado a lado de los 53 carriles sin inmutarse y teniendo la suficiente rapidez mental como para soltar un insulto diferente a cada uno de los 703 coches que le ha pitado en tan natural maniobra. Y tú sólo sudas y piensas porqué en vez de la mierda del ESP que a saber para qué coño lo quieres no tiene tu coche ocho o nueve retrovisores para poder estar más o menos informado de lo que ocurre a tu alrededor porque son demasiadas cosas como para poder procesarlas. Conclusión, todo recto y ya veremos lo que pasa. Y lo que pasa es que llegas a una rotonda. Risas. Bueno ustedes estarán familiarizados con el concepto de rotonda tradicional, es decir, una estructura circular con señales azules en el centro y flechas blancas indicando el sentido de giro y en la que uno puede entrar y dedicarse a dar vueltas leyendo los carteles de cada una de las salidas hasta decidir cuál es la que le conviene. Olvídense de eso. Aquí las han hecho especiales. Evidentemente no tienen dos carriles, aquí todas son de 27 y es absolutamente imposible saber cuál es el tuyo. Y cuando digo imposible no me refiero a muy difícil sino a imposible. Pero bueno eso es lo de menos. El verdadero problema es que en esta condenada ciudad en las rotondas no se gira, sólo se para. Hay unos 23 semáforos por rotonda, más o menos uno cada 12 grados de giro. Conseguir dar una vuelta entera lleva del orden de siete horas y cuarto, eso suponiendo que lo consigas porque como por definición no vas por el carril adecuado siempre acabas saliendo por la calle a la que quiere ir el coche de tu izquierda que pone el intermitente y te lleva irremediablemente hacia ella. Y nada de rechistar que aquí todos son igual de hábiles con los tacos de la lengua cervantina. Pues arrastrado por la marea y habiendo perdido ya toda esperanza de ser capaz algún día de salir de la trampa te dejas llevar al desespero y te lo acabas tomando a risa y entonces es cuando llegas al casco viejo donde las calles son todas de un carril y por el que con dificultades pasaría mi Orbea. Estas calles tienen la particularidad de que en media cada 9 metros hay un semáforo, o un stop, o una vieja que cruza por donde se la pone en los cojones, o un taxista que hace lo que se le pone en los cojones, o un autobusero que es como el taxista pero con un vehículo más grande, o una señora con el carrito, o la puta que se te quiere subir al coche, o la pareja que decide demostrarse todo su amor a lengüetazos en mitad de la carretera, o un tío que vende clínex o cualquier otro tipo de cosa surrealista que pueda pasar por la mente de un humanoide. Así que acabas echando de menos las calles de tropocientos carriles con sus adorables rotondas a cachos y con semáforos.

Bueno, al final se consigue, por alguna cuestión metafísica que está aún por estudiar, salir de Madrid sólo para jurarse a uno mismo que nunca en la vida volverá a entrar en coche. Eso sí, que Juan no se preocupe que por cuestiones de costumbre aún no sé si el coche pasa de 60.

2 comentarios:

Portu dijo...

No me extraña que te piten: con un C4, por mitad de Madrid, la velocidad mínima exigible son 136.47 Km/h. Consideran que circular a una velocidad menor es propio de domingueros y catalanes, ambas especies dignas del exterminio.

Y para que quede claro, mira que me gustaría cumplir con la parte esa del fornicio, pero no se me arregla. Me tengo que conformar con ser un fiel heraldo del autocoito ese.

Juan_isho dijo...

Las aventuras y desventuras de un conductor en la capital del reino son siempre amenas, pero cuando se trata de un escritor con una lengua viperina, es más entretenido todavía. Me gustaría ver a mi amigo del C2 haciendo el hijo de perra por allí, a ver como anda. Seguro q le vemos levantando atestado con la Cibeles.

por cierto, este finde 0-2, goles de maxi y kezman.