sábado, abril 30, 2005

Expediente Valdecilla

Chavalitos, como sé que la mayoría de vosotros no se ha visto nunca en un trance de este tipo voy a continuar con mi ímproba misión de ejercer de faro de Alejandría iluminante de vuestras inquietudes culturales y os voy a contar con pelos y señales las incidencias más destacables de mi reciente estancia en un hospital. Vayamos en orden cronológico:

MARTES, 26 DE ABRIL
THE ARRIVAL

Pues sí, amiguitos. Uno que ya es un veterano de mil batallas y unas poquitas operaciones sabe de qué va esto y no deja de sorprenderle cómo es que si vas a pasar por quirófano a eso de las 12 del mediodía has de estar la tarde del día antes bien prontito en el hospital ¿Para qué, os preguntaréis? Pues básicamente para hacer el tolai. Eso y dejar unas pelas en el recinto ferial, como me gusta a mí llamarlo. Veamos: llegas a las 16, porque eres muy cumplidor y si te han dicho que a esa hora, pos a esa hora, oye, no vaya a empezar mal la cosa y luego te operen mal, te quiten el bazo (que total, debe servir más bien de poco, porque si os habéis fijado a todo el que tiene un accidente lo primero que hacen es extirparle el bazo) y lo vendan en el mercado negro de órganos cántabros o algo así. Lo dicho, que llegas y te dicen que no va a poder ser, que tu habitación aún no está disponible y que ya podías ir a darte un voltio por ahí. Ideal de la muerte, piensas tú. Como en un hospital tienes a tu disposición todas las ofertas de ocio habidas y por haber... Al final te dedicas a beber Coca-Colas en el bareto del piso de abajo y a hacer como que miras revistas en el quiosco, por pasar el rato. En fin, que a eso de las 20.30 decides subir a ver si ya está libre tu habitación y puedes "disfrutar" de una de las sublimes y tempraneras cenas que ofrecen en estos paradisíacos lugares. Y sí, lo está. Y sí, tienes compi de habitación. Compi mayor, claro está. Porque tú formas parte de ese 1% de enfermos que no tienen más de 60 años. Ya ves, has tenido esa suerte en la vida. A otros les toca la bonoloto, o salir con un pivón. A ti, estar hecho una cataplasma con poco más de 20 años. C'est la vie, que dijo un gabacho. Y nada, que por lo menos el compi era majete, y me dejó escuchar tranquilamente mi walkman por la noche mientras yo le dejaba ver el peliculón del día de la 3. Y a eso de las 12, a sobar,que mañana espera un día fino, fino, filipino.


MIÉRCOLES 27 DE ABRIL
THE OPERATION

Tras pasar una noche más bien mala, en la que te levantas a mear más veces de lo que has hecho en el último mes, llega el gran día. ¿Y por qué esas ganas locas de miccionar? Pues una mezcla de nervios (ya véis, la cuarta vez y es la que más tenso he estado... me estoy haciendo mayor) y de responsabilidad. Sí, responsabilidad. Porque sabes que a eso de las 7 de la mañana te va a despertar una agradable señorita armada con una cuchilla desechable con la que te va a rasurar la zona a intervenir, que dice el argot. Y también sabes que un hombre, a la hora de despertarse suele estar "firme". Y claro, no es plan de que te vean así. Y es tu responsabilidad demostrar a las enfermeras que eso de que los tíos se despiertan con la tienda de campaña puesta es una leyenda urbana como tantas otras. Así que, a descargar al baño y dejar que se relaje la cosa. Luego, entre tomas de tensión, inyecciones, despedida del compi que recibe el alta y ducha con betadine, llega el momento. 12.30. Soleado. El tendido a rebosar. Y tú eres el tercero de la mañana. Vitorino astifino de una buena añada. Vamos, un buen morlaco. Sólo esperas que el que te va a torear y su cuadrilla no te ensarten el bisturí más de lo estrictamente necesario. Dándotelas de veterano y machito graciosín llegas al quirófano y descubres que esta vez vas a poder vivir el trajín en vivo y en directo, porque te van a dar una epidural (lo de las embarazadas, anestesiado de cintura para abajo, incultos) y te van a hacer un suministro constante de tranquilizante adormece-elefantes por vena que me río yo de lo que se chutaba Cannavaro para que no te enteres de nada. Pero como eres un tío duro además de algo estúpido te resistes a caer dormido, con lo que puedes escuchar tanto las conversaciones que tienen los cirujanos mientras trastean con tu cuerpo (y creedme, no es una sensación agradable) como los chistes que cuenta el anestesista a la peña del quirófano (que son como 9 en total, y eso que dicen que la operación es fácil. No quiero ni pensar cuántos entran a una difícil). Lo del anestesista era un rollo Gal: de tantos que te cuenta, alguno te gusta, claro.

A continuación, te meten en la zona de reanimación, donde tendrás que aguantar hasta que sientas de nuevo las piernas. Y es ahí donde te das cuenta que en la guerra no se debe estar tan mal, porque coincides con cada uno que.... Gemidos guturales, gritos de auxilio, delirios varios... Acojonante. Que aunque aún no notes ni las rodillas tú dices que estás perfectamente a ver si cuela y te dejan salir de esa especie de Auschwitz en miniatura.

Cuando al fin engatusas a alguna cándida enfermera y logras tu visado para salir de ahí, haces la rentrée por todo lo alto en tu habitación. Habitación enterita para ti, además, que tu compi se las ha pirado. Pero hete aquí que al poco rato, empiezas a oir voces en el pasillo gritando cosas tales como "¡Auxiliooooo! ¡Me han secuestrado para cometer un crimen!", resultando provenir de un vejete por el que tú ruegas. Ruegas que no lo metan en tu habitación, que bastante puteado estás ya con tu tajo estilo tribal (Pombo dixit) en el abdomen. Y por una vez en tu vida tienes suerte (¿seguro? no cantemos victoria tan pronto) y no es él tu nuevo compi. Es otro vejete, pero que al menos no grita cosas como el anterior. Éste se limita a hablar, a modo de presentación, de cómo tenía 9 años durante la guerra. No me preguntéis a qué venía eso, porque yo aún no lo he entendido. Los cerebros cuando llegamos a ciertas edades procesan de distinta forma.

Y sí, tres operaciones después, tienes un buen despertar de la anestesia y pasas una buena tarde, amenizada con visitas varias. Tan sólo rompe el encanto esa ¿cena? que osan traerte: mezcolanza de un engrudo que simula ser puré de verduras, una especie de potito de naranja y plátano y arroz con leche en plan yogur. ¡Aaaaargh! ¡Y yo con más hambre que el perro de un ciego!


JUEVES 28 DE ABRIL
THE BIG SCAPE

The end, sí, no sin antes pasar una noche de perros. Entre los ronquidos de mis compis (que yo no digo que yo no ronque, pero como no me oigo a mí mismo cuando estoy dormido...), las molestias propias de mis 11 grapas en salva sea la parte, y el dolor que le produce a mi escoliósica espalda tantas horas tumbado no dormí prácticamente nada. Y cuando al fin parecía que encontraba la postura idónea, dan las 7 de la mañana y empieza la procesión de enfermeras por la habitación. Pos nada, toca aguantar mecha y poner velas a San Apapucio a ver si así te dan pronto el alta y buenos días, si nos hemos visto no me acuerdo. Para este momento, nuestro ya entrañable vejete gritón, finalmente inquilino de la habitación de enfrente, ya está de nuevo en acción, una vez recuperado de sus sedantes y ahora su grito de guerra es: "¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Estas cuatro locas quieren matarme!" (yo no hago enfermería ni de palo, conclusión a la que he llegado tras la mera observación de lo que tienen que aguantar las componentes de este gremio [porque tíos enfermeros hay más bien pocos] en mis distintas estancias hospitalarias). Y al mismo tiempo, nuestro compi de habitación, tras deleitarnos con sus sublimes ronquidos y sin par tosidos venidos de los más hondo de su faringe durante toda la noche, ya está despierto y dando guerra a las mismas pobres enfermeras. Eso sí, hablar no ha hablado mucho el hombre, con lo cual decides amenizarte la espera del ansiado papel que te abrirá las puertas del cielo (o sea, tu casa) escuchando algo de música. Coges el walkman. Colocas en tu pabellón auditivo derecho el auricular derecho (mejor así, que el izquierdo en el derecho queda mal). Sitúas el auricular izquierdo en tu cavidad auditiva izquierda. Pulsas el botón de "Play". Y .... ¡el vejete comienza a hablar! Murphy, cabrón, estabas en lo cierto. Y tú, como chico educado que eres, te quitas un casco esperando que sus ganas de conversación terminen pronto y puedas volver al mundo paralelo que te ofrece tu cassette, pero resulta que el tío ha estado aguardando toda la noche a este momento y ahora no se va a callar, por lo que decides prescindir por completo del walkman y hacer como que le prestas atención. Porque esa es otra, si al menos me hubiera dejado meter baza alguna vez... Pero no, entre su sordera y que el tío iba a su rollo, no merecía la pena contestarle a nada, porque él iba a seguir a lo suyo independientemente de lo que tú le contaras. Que eso a tu abuelo se lo aguantas, que para algo es tu abuelo. Pero a un desconocido que ni siquiera se ha preocupado por saber tu nombre y con lo puteado que estás tras tu operación, como que no. Que no pega nada, hombre.

En fin, que aguantas la tesitura como buenamente puedes hasta que aparece tu padre y le cargas con el muerto (no son palabras textuales, diox me libre), que para algo tú eres el "pobre enfermito indefenso". Eso sí, el tío es padre, pero no es tonto, con lo cual en cuanto ve aparecer a la mujer del compi huye cual comadreja y te deja de nuevo en modo Gary Cooper. O sea, sólo ante el peligro.

Gracias a un milagro de la providencia (no encuentro otra explicación posible) en ese momento aparecen dos enfermeras dispuestas a hacerte la última cura. La buena. La que es lo mismo que decir: chavalote, eres libre de marchar si quieres (y si nosotras te damos pronto el papel del alta). Buenas noticias. Pero no os penséis que mi Old Portu's Luck (Bad, of course) va a cambiar a mejor repentinamente, no. Todo tiene su lado malo. Y en esta ocasión ese lado malo es que la única enfermera que a lo largo de tu historial médico te ha atraído mínimamente (porque no os engañéis, no son como las que aparecen con Esteso, ya lo siento Héctor, ni como esas de las películas "didácticas" que soléis ver, viciosillos), por la que has maldecido no llevar puestas las gafas para que tu miopía no te impidiera leer el nombre que aparecía en su identificación, e incluso has llegado a pensar que a la chavala le has molado porque ha aparecido unas 4 veces por la habitación para tomarte la tensión (que no creo yo que me cambie tanto la tensión arterial en períodos de hora y media), ella y no otra, va a ser una de las dos partícipes de dicha cura. Es decir, que te va a ver cierta parte de tu anatomía que no sueles mostrar en la primera cita y por si esto no fuera suficiente la verá en su momento más bajo. ¡Cruel destino! Intentas distraer su atención soltando continuas bromas estúpidas de tu cosecha hasta que da por finalizado su trabajo. Mal trago pasado. Y puede que no se lleve tan mal recuerdo de ti y todo. Ahora queda esperar la llegada del dichoso alta. Te vistes deseando que sea cuanto antes. Pero no. Aún te quedará otra hora y media de aguantar estoicamente las ganas de hablar de la mujer del compi de habitación. En solitario, porque tu papi de nuevo ha sido lo suficientemente hábil como para hacer la trece-catorce y emplear la vieja treta de "voy fuera a ver si meto presión a las enfermeras y te dan pronto el alta".

Pero bueno, que las cosas por malas que sean terminan llegando a su fin y ésta no iba a ser una excepción. Finalmente, a eso de las 11.30 logras lo que tanto ansiabas, y con pasos cortos y nada decididos, estilo Chiquito de la Calzada en plena acción, sales de la habitación, te diriges a los ascensores, procuras que nadie te toque en un rollo Jack Nicholson en "Mejor, imposible" porque como lo hagan te caes al suelo, te metes un trompazo de agárrate y no te menees y te quedas ahí tirado boca arriba en plan tortuga porque no has sido tú nunca muy agil y ahora aún menos, alcanzas un taxi y dices las palabras mágicas: "a Canalejas, por favor".

11.50. Estás en casa. Se abre un nuevo mundo de diversión para ti. Por lo pronto, 7 días de reposo casi absoluto en los que está prohibido cualquier tipo de esfuerzo abdominal (Por un gallifante, adivinad qué actividad fisiológica de práctica diaria de la que se habló en un post anterior requiere un cierto esfuerzo de ese tipo ... ¡Muy bien, habéis acertado, es "ésa"! Ahora intentad pensar cómo me lo monto para que duela lo menos posible). Pero ésa es otra historia. Y podéis estar tranquilos, no creo que os la relate. Bastante rollo os he metido ya.

Pero permitidme un último consejo: Nunca, por lo que más queráis, enferméis. Nunca. Y menos si esa enfermedad conlleva tener que pasar por el hospital. Ya tenéis a Portu que pasa el mal trago por vosotros.

P.D. -> ¡Advertencia! ¡Momento moñas a la vista! ¡No sigas leyendo si no quieres soltar una lagrimilla! Gracias a todos los menosmola, así como al resto de compis, telekos y no telekos, de acá y de ashá (chicas, también estáis incluidas, lo que pasa es que no tengo tanto talante y paso de poner el todos y todas y tal y tal tan en boga hoy día), por sus ánimos previos, sus llamadas posteriores, sus visitas y sus regalines. ¡Así da gusto que te operen!

Juanisho, Sasha, sois dos soles. Porque vuestras respectivas parientas me caen la mar de bien, que si no os tiraba los tejos de forma descarada.

Grazie a tutti

2 comentarios:

el_irlandés dijo...

Sublime. El mejor del blog sin duda ninguna. Sublime. Sublime.

al_pachino dijo...

Me alegro de que todo al fin y al cabo haya salido bien, olvidandose de los compis pesaos y demás. Decir que yo fraternizo contigo por pertenecer a ese 1% de jovenes lisiaos...he vivido eso de que te rasuren esas zonas, etc, etc...asique mucho ánimo pués.

Un saludo Portu