JUEVES 22 de Septiembre
COMIENZA EL ESPECTÁCULO
¡Aleluya! ¡Hay agua caliente!. Poca. Muy poca. Pero caliente (al menos para mí, que fui el primero en ducharse. Los menos madrugadores que se fastidien). Eso sí, como todo el mundo sabe, llegado el cable del grifo de la ducha a una cierta altura, el agua comienza a perder fuerza y su temperatura desciende notablemente, por lo que me veo obligado a realizar ejercicios de contorsionismo que podrían valerme la entrada en el Cirque du Soleil ese para no morir de hipotermia matutina como el día anterior.
Tras pasar los cuatro por este ritual iniciático del equilibrismo mañanero, optamos por coger el ascensor para descender desde nuestro cuarto piso hasta la calle, mas ¡oh campos de soledad, mustios collados!, dicha máquina de tecnología punta en la que se echa a faltar un botón para poder ir al primer piso (no es coña) decide que más alla del segundo no baja, te pongas como te pongas. Así que no hay más remedio que salir, de uno en uno y sin empujar, y a tirar millas a pinrel, que es más sano y adelgazas. Tonto.
En el plan del día incluimos un nuevo paseo por el casco viejo de la ciudad y una visita al jardín botánico de la misma, cuya entrada es una clavada en toda regla: ¡200 pesetas! Y eso después del desembolso que había supuesto nuestro "desayuno": un peacho bocata rico, rico, e incluso calentito, por 80 pesetazas. Como bien señaló Carlitos, "ésta es la primera vez que tengo la impresión de venir de un país rico". Pues eso, que en el botanaska nos metimos y descubrimos que poseía una sección decorada al estilo oriental, lo que nos ofrecía la irrepetible oportunidad de hacer el capullo emulando nuestras escenas favoritas de Kill Bill.
Continuamos nuestra dieta equilibrada degustando unas pizzas y unos perritos con más ketchup que salchicha en un local que descubrimos la noche anterior, y nos dirigimos a la parada del bus, ansiosos ya por llegar al pabellón y ver los primeros partidos. Es que, por si lo habíais olvidado, la razón primordial de elegir destino para nuestro viaje era ver baloncesto. Pero nada, hijo, que por la mencionada parada sólo pasan 3 tipos de autobuses, pero los dos que se turnan en llegar una y otra vez no son el nuestro. De puta madre, que dijo el sabio. Pero la ley de probabilidades es lo que tiene, y acabamos cogiendo el deseado 96 que nos lleva hasta las proximidades del Beogradska Arena. Allí descubrimos que los organizadores se han tomado eso de la seguridad realmente en serio, y hay un despliegue policial que me río yo del desfile que han hecho hace poco en Santander.
We're men, we're men in tights
Además, la entrada al pabellón se convierte en una odisea, ya que tienes que soportar un detector de metales, un cacheo y una revisión a fondo de tus mochila y cartera. Cuando me quise dar cuenta, mis monedas de euro para las que no me habían dado cambio en dinares, habían sido situadas en una hucha sellada, muy oportuna ella. ¡Malditos! ¡Con esos 80 céntimos come todo Vrsac durante una semana! Bueno, templemos los ánimos, que es el primer día y no es plan empezar discutiendo con los seguratas. Claro, que luego vas al sitio que te han agenciado y descubres que a tu lado no dejan de llegar lituanos y más lituanos. Y tú habías dejado bien clarito que ibas a animar a España. Pero no. Con el paso de los días nos dimos cuenta de que a los españolitos nos habían puesto a cada uno en una esquina distinta, bien alejados los unos de los otros. Estrategia, se llama eso. O cagada. Según se mire. Aquí es donde Miguelo hace uso de su don de gentes y su dominio de los idiomas para hacerle ver al chavalito encargado de controlar nuestra zona que por ahí no pasamos. Que lo de los lituanos con el bombo al lado no nos lo lleva el cuerpo y que nos vamos pal medio. Más chulos que un ocho, depositamos nuestros traseros en uno de los mejores sitios del pabellón. No estamos a la vista de las cámaras, pero vemos los partidos de cine. Lo comido por lo servido.
Y al fin, a eso de las 17.30, comienzan las hostilidades con un Rusia - Grecia. Ya tenemos a Manolo acompañándonos, dispuesto como nosotros a disfrutar de baloncesto del bueno. Ya es mala suerte que a rusos y griegos no les diera por ofrecernos tal cosa. Pero la buena noticia es que hay mucho tiempo muerto y mucho parón del juego y pueden entrar en acción ¡las Red Foxes! Creo que con este acierto que han tenido, a los de Ucrania se les puede perdonar lo de Chernóbil.
Al terminar ese primer partido, Manolo, Oscar y servidor deciden aprovechar el tiempo de espera hasta el siguiente para dar un garbeo por el interior del recinto e ir a la caza y captura de una camiseta molona. Durante dicho paseo nos topamos con el madrileño-serbio del Martes, algo venido abajo después de que hayan caído tanto Serbia como Rusia, que eran sus "segundos prefes". Claro, almas curiosas como las nuestras no pueden sino interesarse por quién es su favorito tras la eliminación de las mencionadas anteriormente, resultando tratarse de Lituania. Total, juegan contra Francia. Lo tienen chupado. Sí, chupadísimo. Tanto, tanto, que los gabachitos se quedan en 63 míseros puntos. Lo malo es que los lituanos llegan a 47 y de milagro. Tres de tres para el amigo. Por lo menos la afición báltica es ruidosa y animosa de narices, y deja bonita estampas para el recuerdo.
Después de este fiasco baloncestístico de tarde, optamos por ahogar nuestras penas en alcohol, para descubrir que Manolo estaba en lo cierto y en las proximidades del recinto deportivo nada de alcohol ni antes ni después de los partidos. Pues vaya. Qué gracia nos hace. Menos mal que somos hombres de recursos y recordamos que en el bar del Hotel Intercontinental no se está tan mal. Lo que no imaginábamos es que nuestra actuación estilo fan locaza del día anterior iba a derivar en un aumento de las medidas de seguridad en el susodicho y no se permitiría la entrada nada más que a los residentes en él. Putada gorda. Ni siquiera los esfuerzos de Manolo y nuestro colega el botones jefe por tranquilizar al encargado de seguridad llegan a buen puerto y no nos queda más que dar media vuelta y volver a casa. Eso sí, en taxi, que ya tenemos un cierto prestigio. Y tras despedirnos de Manolo, que tiene que volver a España mañana, cogemos nuestro transporte, que curiosamente es ¡el mismo del día anterior! Así que el conductor triunfa otros 50 dinarillos de propinuca, nosotros nos pegamos un nuevo homenaje pizzeril en el mismo bar del mediodía y a la hora de llegar a nuestro lugar de descanso descubrimos dos hechos dignos de mención.
Por un lado, en la bañera se encuentran metidos unos cuantos hierros tirando a oxidados que invitan a cualquier cosa menos a pegarse una duchita. "Para mañana por la mañana estará todo arreglado y en su sitio" pensamos. Sí, ya. Y yo el Pato Lucas. Cuac cuac.
Por el otro, la pertinente lavatoria de piños posterior a la cena (niños, tenéis que lavaros los dientes después de las comidas, que si no os salen caries y cosas de esas) se hace imposible dado que ¡no hay agua! Una vez más nos vemos forzados a usar nuestro ingenio. Bueno, mis compañeros de viaje, que yo acabo de salir de época de exámenes y mi neurona está más que cansada por el esfuerzo. ¿Y qué se nos ocurre? Pues tirar de una botella de Voda (agua, incultos) que habíamos comprado para momentos de necesidad. Y éste es uno de esos momentos.
La importancia del racionamiento
Una charla presueñín, unos chistes malos de los que Gal se sentiría orgulloso*, y a dormir, que mañana debutamos y hay que estar frescos.
Virgencita, virgencita, sólo te pido que el estudiantil sea seguidor de Croacia, porque como vaya con España vamos jodidos.
* Mención especial para ese que, según Oscar, dice:
Esto es un sordo que le dice a un tonto "¿2+2?"
A lo que el tonto responde "4"
Y el sordo con algarabía replica "Por el culo te la hinco"
Tras unos momentos de silencio, Portu, tendido boca abajo sobre su cama, acierta a decir "Tío, el chiste es con 3+2". Y hombre, sigue siendo malo, pero al menos tiene algo más de sentido, ¿no?
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