martes, abril 15, 2008

What happens in Vegas...

Como de costumbre todo empezó cuando mi jefe vino y me dijo, “oye, Irlandés, te vas a los estates”. Coño, jefe, qué alegría qué alboroto, con lo que me gustan a mí los gringos. Irlandés, hágame el favor, y no empiece. Claro que no jefe, ¿y a dónde exactamente del país de los libertadores del mundo me envía?. A Las Vegas. No joda. Sí, no me lo haga repetir que ya me estoy arrepintiendo. Pero, ¿se refiere a Las Vegas, Nevada, donde los casinos y todo eso?. Sí, joder, Irlandés, sí, qué cojones le pasa, no me irá a decir ahora que no quiere ir. No, no, nada de eso, estaba pensando en la cara que van a poner mis compañeros de terapia. Terapia. Sí, jefe, terapia. ¿Qué terapia, exactamente?. Bueno, depende. Depende de qué, Irlandés. ¿De cuál de ellas quiere que le informe?. O sea, que hay más de una. Bueno, en realidad la del alcoholismo ya casi ha terminado, la de la ludopatía y la del sexo estoy aún a mitad. Mierda. No jefe, nada de mierda, de coprofagia no hago ninguna, aunque todo se andará. Joder, a tomar por culo. ¿A tomar por culo?, no le entiendo, jefe. Que mando a alguien a vigilarle, coño, evidentemente no puedo dejar a un degenerado como usted solo por Las Vegas. Cojonudo jefe, el mundo de la night siempre es mejor en grupo. Ni mundo de la night, ni ostias en vinagre, Irlandés, joder, que vamos a currar. Je, je, en Las Vegas, currar dice, claro jefe, claro, lo que usted diga.

Así que ahí estaba yo en Barajas hace unos días, preparado y dispuesto para soportar los diversos interrogatorios y cacheos rectales a los que todo hijo de vecino debe verse sometido para poder entrar al país de jorge arbusto. Todo sea por saltar la banca. Aunque esto de pasar interrogatorios en aeropuertos no se crean que es tarea fácil cuando uno tiene la rara habilidad de soltar gilipolleces con las que tocar los cojones a los entes interrogadores. ¿Quién y cuándo ha hecho su maleta?. Pues no sabría decirla, señora, pero seguramente fueron unos niños chinos en la fábrica de samsonite, hará unos dos años, aproximadamente (mirada de no hacerla mucha gracia mi humor absurdo). ¿Me ve con cara de estar de fiesta?. No señora, ni mucho menos, más bien tiene cara de no haber echado un polvo decente en su puta vida (esto último lo pensé, no lo dije, por aquello de mi experiencia previa con los negros gigantes). Yo y anoche, señora. Bien, ¿alguien ha tocado la maleta desde entonces?. Pues no estoy seguro, pero probablemente mi novia, es que no está muy de acuerdo con mi manera de hacer maletas y además querría comprobar si llevo condones (cara de resignación). ¿Y su novia es peligrosa?. Sólo con la regla, pero no es el caso (por fin sonríe, la jodida).

Bueno, les ahorraré detalles de un viaje de 15 horas del que lo único reseñable es que tu cuerpo se pregunta por qué cojones nunca se hace de noche, por qué le traen comida más o menos cada dos horas, y por qué ostias cada diez minutos tiene que beberse un zumo de naranja con hielo y comerse veinte jodidos pretzels (nota dedicada a todos los señores poseedores de compañías aéreas: ¿por qué cojones no vuelven a los cacahuetes y se meten los putos pretzels por el culo?. Fin de la nota a los señores poseedores de compañías aéreas).

Y llegas a Las Vegas. Ya saben, “Welcome to fabulous Las Vegas”, y tal. Lo primero que ves según sales del avión, y cuando digo lo primero, es lo primero, son unas 423 máquinas tragaperras. Te vuelves a tu compañero, “joder tío, de puta madre, el avión nos ha traído directamente al casino”. No. Es el jodido aeropuerto. Hay máquinas tragaperras en el jodido aeropuerto (a partir de ahora en cualquier sitio que cite, incluido baños, meaderos y letrinas, piensen que por defecto habrá máquinas tragaperras). Vas a recoger las maletas. Más máquinas tragaperras. Tu equipaje no sale. Ves a gente jugando. Clin, clin, clin, clin. Tu equipaje no sale. Clin, clin, clin, clin. Miras las máquinas y empiezas a pensar que para recuperar la bolsa seguramente tengas que sacar un triple 7 en alguna de ellas. Triple 7, enhorabuena, puede recoger su maleta en la zona de premios, siguiente. En realidad, probablemente así tuvieras más posibilidades de recuperarla que por el método normal. Al final parece que los sietes no serán necesarios. “Joder, Irlandés, menos mal que han llegado porque he cometido la estupidez de facturar el portátil”, me dice mi compañero (un tipo serio mi compañero, aunque no muy avispado). Pues sí, yo también estaba temblando. ¿Tú también has facturado el ordenador?. No compañero, mucho más terrible, yo he facturado el bañador.

Coges un autobús y te diriges al hotel. Primera parada. “Luxor” dice el conductor. Para los pobres, piensas tú. “MGM Grand”. “New York, New York”. “Flamengo”. “Little Paris”. “Bellagio”. “Caesars Palace”, coño, este es el mío. Te bajas y un tipo te coge la maleta. Tenga cuidado que mi bañador va dentro. Yes, sir. Muy bien. Te dan la llave y subes a la habitación. Tu otro acólito, conocido mundialmente como el bala perdida de tomelloso, ya está allí esperando. Saludos y venga todos para abajo otra vez a la información para ludópatas. “Good night”. “Good night, sir, may I help you”. “I think so, we want to play poker”. Sonrisa. “Well, sir, then you definitely came to the right place”.

To be continued.

4 comentarios:

Juan_isho dijo...

Sigue la serie pronto man, no nos dejes con esta intriga, seguro que has sobrevivido a miles de aventuras sin par.

Portu dijo...

¿Pero las compañías aéreas no habían suprimido lo del comer durante el vuelo? ¿Esta vez no ocurrió ninguna divertida anécdota con los paisanos de asiento o con las películas seleccionadas? ¿También habías facturado las chanclas y el protector solar, o eres de los valientes atrapa-hongos amantes de adquirir una tonalidad rojiza tras la exposición a los rayos solares? (no olvides que tu origen en las Islas de la Bretaña es un estigma del que no podrás librarte fácilmente)

Respecto a tu verborrea, no acabo de comprender cómo no te hace ganarte más galletas de las que habitualmente te llevas en suerte. Caes simpático, jodío.

Akroon dijo...

Es Usted tremendamente afortunado. Aunque sea la mierda de los pretzels, le dieron de comer cada dos horas. ¿Por qué? Porque así se disimula el aburrimiento.

En mi viaje a Argentina, me dieron dos veces de comer en 12 horas. Cuando vi a una mujer cinco asientos más a la derecha abrir un paquetito con lo que parecía un minisandwich, joder, me faltó tiempo para levantarme e ir corriendo dónde las azafatas. Parecía yo Godzilla. Los niños miraban sus vasos, observando como el agua temblaba a cada paso mío, mientras yo me dirigía a zancadas agigantadas gritando DEEEEEEEENME UN BOCAAAAAAATAAAAAAAAAAAAAAA, QUE ME ABURRRRRROOOOOOOOOOOOOOOOOOO, COOOOOOOOOOOOOOÑÑÑÑIIIOOOOOOO!!!!!

Pedí cacahuetes, cocacolas, más sandwiches... Qué afortunado es Usted, ni siquiera lo tuvo que pedir. No me hicieron caso al solicitar alcohol. Intenté guiñarle un ojo al azafato, pero me ofreció colirio. Gilipollas.

Y qué, ¿la partida de póker fue bien?

David dijo...

Venga tio, sigue escribiendo que las historias de las vegas me traen buenos recuerdos...