jueves, julio 13, 2006

Sobre pijamas y bilirrubinas

Si yo no digo que no, que seguro que tenía buena intención. Las madres siempre la tienen. Bueno, no, qué coño, que a veces se te acercan con más maldad que un vecino, y tú ahí aguantando el tipo viendo como se te viene encima sin posibilidad de hacer nada y miras a tu lado a ver si le puedes cargar el muerto a otro pero claro, tus hermanos que también se la saben ya han salido por pies y mariquita el último. Ellas dicen que es por nuestro bien. Pues será. El caso es que esta vez sí que venía de buenas, y ahí que llego a casa de visita y qué tal el viaje, y que si estás más delgado (es curioso uno nunca está más gordo, de hecho yo a estas alturas ya debo pesar menos que el gato), que si qué tal la alergia, y los calores y que si necesitas algo y todas esas cosas que dicen las madres cuando hace un tiempo que no ven a su hijo y han acabado por creerse las cosas que las cuentan a sus amigas y ya no se acuerdan de que es gilipollas. Supongo que se hacen cargo. Y si no da igual, ya se lo cuento yo. Bueno pues después de todo eso y de saludar a tu hermana, que sí que se acuerda de que eres gilipollas pero te quiere igual, viene tu sufrida progenitora y te dice que han salido las dos de compras y que se han gastado una pasta gansa y que para sentirse un poco mejor con ellas mismas pues te han comprado dos cosas. Vaya, piensas tú, pues qué chachi. Díganme, díganme. La primera es una camiseta de cantabria me pone, vil plagio a la de mi compañero de fatigas portu, pero qué quiere que le diga amigo, la vida es asín, ya sabe de mi falta de personalidad y de mi adicción a la desaforada compra de camisetas chorras. Pues eso, gran ilusión me hizo, ahora ya puedo dar más la nota por los madriles. La segunda era un pijama.

A ver si me explico señores. No es que yo sea precisamente un dandi del vestir, ni un metrosexuel de gafas mosca ni me preocupe más de lo estrictamente necesario de lo que me pongo encima. Con que los calcetines no sean cada uno de su padre y de su madre, negros las escasas ocasiones de zapatos y el pantalón no sea fuxia, me llega. Y mucho más para dormir. Qué más da, si ahí estás tú solo contigo mismo. Y las raras veces que no lo estás llegas al catre vestido y hace rato que has perdido toda capacidad de raciocinio (ya saben, aquello de que no hay sangre para todo) y no la vas a soltar a la engañada de turno "espera preciosa que me pongo el pijama y luego ya si quieres pasamos a eso que me estabas diciendo". Pues no. Ya llegados a ese punto suelen preferir quedarse en la fase que va entre que te quitas la ropa y te pones el pijama. Yo tampoco sé porqué, pero es así. Y cuando una chica te ve en pijama, la verdad es que da igual lo que lleves puesto, porque eso quiere decir que ya está todo el pescado vendido, que ella sabe lo que hay y aún así, por alguna razón que nunca llegaré a explicarme, ha decidido soportarte y no la va a echar atrás lo que lleves puesto, total, a ella la interesa lo de debajo, ya saben, lo importante es el interior. Resumiendo, que me la soplan los pijamas.

Pero hay cosas que ya pasan de castaño a ocuro, que dice mi abuela. Que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, coño. Supongo que recordarán aquellas líneas que escribí especialmente dedicadas a los extraordinarios decoradores de los nuevos autobuses municipales y santanderinos, y su gran selección del azul pastel como ornamento de los mismos, pues bien, todo ese color de gran hombría y macho que te cagas es el que cubre contumazmente la camiseta del pijama de marras. Un azul cielo bonito, bonito hasta decir basta. Para echar la pota. Pero eso no es todo. Porque el pantalón no le va a la zaga. En principio es blanco, pero eso es sólo en principio porque sus geniales creadores decidieron que eso era muy soso, y muy de nena, y le pusieron por encima un gracioso estampado de cuadros entre crema, rosita pálido, naranja melocotón sedoso y verde que te quiero verde casa de la pradera. Claro que sí, ole sus cojones señores, y mi madre jurándome y perjurándome que estaba en la zona de caballero mientras mi hermana se partía el culo de la risa diciéndome que estaba monísima de la muerte a medio día alegría. Y ustedes dirán, va irlandés, seguro que exagera. Pues no, coño, que con eso pareces el payaso de micolor pero en femenino, joder ya. Pero es que ahí no queda todo, porque en un alarde de virtuosismo creador llegó la culminación del genio sin parangón de los diseñadores del puto pijama cuando decidieron que ahí en primer plano, justo encima del corazoncito maravilloso del portador iban a poner un bordadito preciosisisisisimo que te giñas de un cocker spaniel. Un puto cocker spaniel, señores. Por qué. Por qué. No podía haber sido un bulldog, o un doverman o un jodido pastor alemán. No pedía más. Pero no, tuvieron que poner un cocker spaniel, con lacito en el cuello, lengua fuera, sonrisa de colocado y toda la pesca marinera. Casi habría prefirido a miss kitty. En serio. Mierda, que eso la baja la bilirrubina hasta a jenna jameson, por mucho pescado que esté vendido, por mucho no te preocupes cariño que yo te quiero igual, y por mucha milonga del marinero y el capitán. Eso no es un pijama, es una venganza, qué coño una venganza, es una jodida máquina de provocar gatillazos femeninos. Como no lo queme me parece que no mojo hasta el 2037, más o menos.

Al final hasta mi madre se meaba de la risa. Menos mal que me libré por los pelos de que mis hermanos me vieran embutido en eso, porque si no, lo mismo me tengo que mudar de país.

3 comentarios:

Portu dijo...

Ha caído un mito. El menosmola más viril es un moñas como los demás.

Por cierto, deberías ver mi pijama de Bugs y el Diablo de Tasmania. Otro nivel.

Marisa Sonrisa dijo...

Pues a mí me ha dado curiosidad, ¿sería posible que colgaras una foto con el pijama de marras??
¿NO?, vaya, no te preocupes por líbido, a estas alturas, a ese, lo tengo domadito,¿QUE NO?, ummm ¿y una antes de ponerte el pijama??
besos

al_pachino dijo...

Los pijamas son para los niños y para los señores mayores... También para el que tiene mucho frío por las noches y por último para el que le guste.
A MÍ NO ME GUSTAN LOS PIJAMAS, para que nunca me pase como a tí y que a nadie se le ocurra regalarme uno.