Sí mis alegres muchachos, esto pretende ser una loa a las pestilentes heces, a la moldeable caca, al popó mejor formado, a la nauseabunda boñiga, al marronáceo truño, a la estimable e inefable cagada, a la merengada excreción del culo, a la deposición de esfuerzo abdominal, a la escultural y maloliente defecación, al imponente excremento, a la evacuación del atestado intestino, al detrito de mayor alivio. En definitiva, a la gran, y no siempre bien reconocida, mierda. Y es que ya lo dice la canción, “Caga el rey, caga el papa / y sin cagar nadie se escapa”. Y para desgracia nuestra, a los artistas también les asoma la tortuguita.
No quisiera que se me enfadara ningún artista, líbreme dios, nada más lejos de mi intención, ellos saben de arte rato largo más que yo, naturalmente, y no estoy yo aquí para poner en duda su evidente e inmenso talento y su clarividencia creadora. Y mucho menos su mierda. Porque si el truño lo echa un artista, el elemento en cuestión deja de ser un pino plantado con más o menos gracia, para traspasar la frontera de lo sublime, y se convierte en un objeto de codicia. Debe ser porque su esfínter tiene forma de estrella, o de manga pastelera, vayan ustedes a saber.
Pero desde luego no es lo mismo que usted vaya al baño, marca o cosmopolitan en ristre, y se disponga a apretar fuerte para evacuar los garbanzos de su madre, a que el señor picasso de turno se dirija al trono, con pinceles y todo, supongo, y se tire tres o cuatro cuescos de sonoridad armónica incomparable mientras pinta con perdigonazos de textura pastelosa todas las paredes del señor roca, porque la noche anterior le sentó mal el fuá de oca caramelizado con arándanos y espárragos trigueros. Dónde va a parar, joder. No se puede comparar la consistente hez provocada por un vil cocido, empujada por los músculos culoidales de un humano común (la famosa cacum malolientis), con la caca suave, policromada, variopinta y exquisita, expelida con clase y hermosura por las rítmicas y armoniosas contracciones del ojete de un vanguardista y virtuoso artista (la archiconocida mierdum primorosis).
No señor, eso es confundir el culo con las témporas. Que hay clases y clases, señores, incluso de mierda. O al menos eso han debido pensar los señores dirigentes, consumados expertos en materia de arte moderno, de la
Tate Gallery de London City. Los caballeros en cuestión, seguramente todos sires y lores y demás grandezas de la gran bretaña, han tenido a bien comprar para su afamada galería varias latas con la mierda putrefacta del famosérrimo
Piero Manzoni, artista de reputación y reconocimiento mundial donde les haya. Eso sí, firmadas por el puño y letra del propio genio creador, para asegurar su autenticidad y que no se piensen que eran de su perro. Que ese no tenía ni pajolera de cagar como dios y los cánones artísticos mandan.
Sí, sí, como se lo cuento. Supongo que estarán pensando que el irlandés ha dejado el ron para darle al pegamento, y aunque pudiera ser, no es el caso. Esto es verídico. Tan verídico como que yo acabo de echar mi infalible cirulo mañanero y acto seguido he cogido mi cámara de tropocientos megapíxeles y alguno más, y he sacado incomparable instantánea de la magna obra, ahí perfectamente depositada cual iceberg, con unos cinco centímetros sobresaliendo del líquido elemento como si pidiera ayuda a gritos ante su inminente perecimiento, y su esbelto y bien formado cuerpo sumergiéndose hacia las insondables profundidades de la cañería, adaptándose grácil al primer ángulo recto de la misma. Iba a guardar también el trocito no sumergido, pero es que no tenía una lata a mano, así que me he guardado el papel del culo que había sido coloreado con tintes ocres y unas formas exquisitas a la par que irrepetibles. Ahora mismo llamo a los tontos del ciruelo ingleses a ver en cuánto está valorada mi obra. Supongo que mucho, porque lleva lienzo y todo.
Ah, y si hay alguien interesado, que no desespere, porque el señor Manzoni rellenó ni más ni menos que 90 latas de su propia mierda, y la galería de los imbéciles anteriormente mencionados no ha adquirido la obra completa, han sido buenos y han dejado varias por si algún otro experto en arte se ve en la imperiosa necesidad de poseer objeto de tan incalculable valor. Lo único es que lo guarden en sitio cerrado, el microondas por ejemplo, porque los vapores emanados por la putrefacción de la materia excretal hacen aumentar la presión del interior hasta tal punto que la lata tiende a la autoinmolación, llenando el recinto en el que se encuentre de un artístico e incomparable gotelé marronáceo. Aunque seguramente, eso sea parte del encanto.
Así que ya saben, la próxima vez piénsenselo dos veces antes de tirar de la cadena, pueden estar destruyendo el David del futuro. No sé si reír, llorar, o meterles por el culo una a una las 90 latas a los muy respetables señores ingleses. Por aquello de que el polvo al polvo, y la mierda a la idem.
